A petición de varios miembros del blog y facebook voy a publicar
varios fragmentos de mi nueva novela
¡Espero que los disfruten!
«Acababa de terminar mi almuerzo, más temprano de lo
habitual, en el bar situado frente a las oficinas de mi empresa y no me
apetecía regresar al trabajo antes de tiempo.
Salí de la
cafetería, miré el reloj y comprobé que aún disponía de media hora libre, así
que decidí cruzar la calle en dirección a Central Park como lo hacía en
numerosas ocasiones en las que me sobraba tiempo.
Atravesé el sendero
que conduce entre los olmos centenarios, me subí el cuello del abrigo y apreté
el paso. Una ola de frío polar procedente de Alaska había dejado una
temperatura bajo cero que calaba los huesos desde hacía un par de días.
Al llegar al puente
que cruza el lago, pude comprobar cómo una gran multitud se agolpaba al fondo,
patinando sobre el hielo congelado la noche anterior. Era un espectáculo digno
de ser plasmado en el mejor de los lienzos.
Aún no había llegado
la Navidad, pero el ambiente festivo impregnaba hasta el más recóndito rincón
de aquella ciudad. Los más expertos se deslizaban por el hielo como cisnes
majestuosos nadando en sus estanques mientras los principiantes se colocaban
los patines por primera vez y eran fruto de las burlas de sus amigos, cayéndose
y levantándose una y otra vez sobre el resbaladizo hielo y riendo sin parar.
Justo en ese mismo
momento fue cuando te vi por primera vez. Te encontrabas con varias amigas en
el margen izquierdo del lago, llevabas un elegante abrigo de color rojo burdeos
y una bufanda celeste anudada al cuello ocultando parte de tu preciosa melena
rubia. Tus ojos verdes esmeralda me hipnotizaron al instante y tu preciosa
sonrisa irradiaba tanta vitalidad que no podía dejar de mirarte.
Enseguida pensé en
bajar y alquilar unos patines para estar a tu lado, pero, cuando miré el reloj,
comprobé que tan solo me quedaban cinco minutos para regresar al trabajo; no
había tiempo suficiente.
Sin embargo, aquel
se convirtió en mi día de suerte. Comenzaste a patinar en dirección hacia el puente
donde te observaba y, justo cuando pasabas por debajo, comenzaron a caer los
primeros copos de nieve que transformaron tu precioso cabello en un manto
blanco. Fue entonces cuando levantaste la cabeza hacia el cielo y nuestras
miradas se cruzaron por primera vez, dedicándome la mejor de tus sonrisas.
Fueron tan solo unos segundos, como cuando una estrella fugaz atraviesa el
cielo, pero el tiempo suficiente para no poder apartarte de mi mente.
Un instante después
corrí hacia el otro lado del puente mientras tú lo atravesabas por debajo, y
continué mirándote hasta que te perdiste entre la multitud sin que pudiera
volver a localizarte.
Al día siguiente
regresé al mismo lugar con la intención de volver a verte, pero esta vez no
apareciste. Esa tarde bajé hasta el lago, fui a preguntar a la oficina donde
alquilan los patines e hice una descripción tuya al encargado, que me miró como
si estuviera loco y respondió que era imposible recordar a nadie cuando cientos
de personas patinaban a diario en aquellas fechas.
Desde aquel momento
no puedo apartarte de mi mente, sueño contigo a todas horas y me parece verte
en todas partes. Cuando estoy sentado en el metro y alguna chica que se te
parece entra por la puerta, me levantó con la esperanza de que seas tú; cuando caminó
por la calle y distingo a lo lejos una chica rubia con abrigo burdeos corro
hasta que la alcanzo, pero nunca eres tú; cuando estoy sentado en un
restaurante y desde la ventana observó a alguien que se te parece cruzar la
calle imaginó que eres tú.
Pero ninguna de
ellas posee tu increíble belleza, así que aquí continúo añorando
desesperadamente volver a verte».
***
«Su narrativa era pura poesía, en solo unos instantes te cautivaba hasta tal punto que era imposible dejar de escucharla y, por supuesto, de mirarla. Solo pude oír la parte final de su intervención:
— En sus Ninfeas, Monet capta el brillo de las hojas heridas por el sol, el intenso colorido de sus nenúfares, el blanco impoluto de las nubes reflejado en sus cristalinas orillas y la sublime quietud de sus aguas mansas».
***
«— Creo que este trabajo es casi tan fascinante como el del museo. ¡Fíjate! —dijiste pasando la yema de tus dedos por la cubierta de un libro—. El vetusto encuadernado, el crujido de sus páginas, el color amarillento de la celulosa, el aroma del papel envejecido. Es un placer recorrer estos pasillos con tanta historia».
***
«Arranqué el coche y, en cuanto llevaba cien metros recorridos, ya te echaba en falta. Sin pensarlo dos veces, aparqué en doble fila y te mandé un mensaje con el móvil:
—No dejo de contar los segundos para volver a verte ».
Si tenéis ganas de mas podéis
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